German Bracco

Las diferencias y lo que nos divide está, en realidad, en nuestra cabeza.

Foto: iEve González | Styling: Carlos Valencia – Malora Lab | Grooming: Ibrahim Castillo | Locación: Museo Kaluz | Producción: Roger SH

Dixpa – ¿Quién es Germán Braco? ¿Dónde nace? ¿A qué se dedica? ¿Cuántos años tiene?

Germán Bracco – Pues nació en la Ciudad de México, tiene 25 años y es Leo, pero con ascendente y luna en Virgo, así que soy más Virgo que Leo, para quien crea en eso de los horóscopos y quiera sacar sus conclusiones. Soy actor y futuro psicólogo egresado de la UNAM, además de alguien que se empeña mucho en entenderse a sí mismo y creo que eso me llevó a ser actor y a elegir esta combinación de carreras. Siempre estoy aprendiendo más de mí, de mis sentimientos y busco convertirme en un ser pensante integral.

 

D – Platícame: ¿cómo fueron tus inicios en este medio? 

GB – Yo empecé cuando era muy, muy pequeño. Tenía como 8 años cuando supe que quería salir en la tele y ser famoso como mis compañeros de escuela: algunos ya habían tenido sus primeros papeles en comerciales y yo no podía esperar a que fuera mi momento. Al principio, mis papás no estuvieron muy de acuerdo con la idea, pero me fueron apoyando cada vez más y más y estuvieron ahí conforme se me pasó el furor de la “fama” infantil: cuando no solo busqué oportunidades para que la gente dijera “oye, yo te conozco de aquí” o me preguntaran “tú sales en esto, ¿no?” Llegó un momento donde seguí buscando nuevos comerciales y tal porque se sentía bien estar frente a la cámara, pero en ese entonces no sabía que el camino aún era largo. No fue sino hasta que mis papás me dijeron “bueno, si vas a dedicarte a esto, más vale que aprendas a actuar, que es lo que hace la gente que sale en otras cosas, además de los comerciales”, que entré a un curso de actuación infantil en Casa Azul.

 

Ahí descubrí lo que significaba y representaba la actuación con una profundidad mucho mayor y cambió por completo mi idea de lo que significaba “salir la tele”. Al principio solo era un juego o una manera de desahogarme de muchas cosas y emociones reprimidas que tenía en casa, pero se convirtió en algo mucho más complejo donde podía abordar a detalle a seres humanos hechos con palabras para darles vida mediante mis ideas, mi voz y mis movimientos. Entendí que esta es una labor virtuosísima y, conforme más aprendí sobre ella, más me encaminé hacia otro tipo de audiciones: ya para los 11 o 12 años concursaba por un lugar en series, películas, en fin. Así salieron más oportunidades y pasó el tiempo, hasta que trabajé con mi primer agente y seguí con mi búsqueda personal para ser un mejor artista.

D – ¿Cómo decides cuáles personajes o retos nuevos son la mejor opción para ti? ¿Los decides con base en los que mejor te representan o buscas que se diferencien de tus retos o personajes anteriores? ¿Cuál es tu proceso?

GB – Siempre que tengo la oportunidad de hacer audiciones para personajes que considero más complejos de lo que he venido haciendo o que son, en serio, muy distintos de mi ritmo, solo doy las gracias y no los tomo: honestamente, no estoy listo para ciertos trabajos y lo sé. Es bonito saber que te contemplan dentro de las posibilidades de casting, pero, sobre todo cuando hago nuevos proyectos, yo sí o sí necesito sentir que estoy listo y que los puedo hacer bien. Si no puedo dar ese primer paso, dar los demás se complica demasiado. Lo segundo y, quizá, más importante, es que necesito conectar con lo que la historia quiere decir, con la temática o con lo el dramaturgo, la dramaturga, el escritor, la directora o cualquier equipo tuvo en mente al montar un proyecto en particular. Personalmente, dedico parte de mi trabajo a ciertos públicos, a ciertos segmentos o problemas de nuestra sociedad, por lo que busco producciones con propuestas y mensajes que me hagan sentir algo. Como artistas, nuestro trabajo tiene la posibilidad de darle repercusión a las historias a las que decidimos pertenecer, entonces yo tengo un compromiso con mostrar y compartir lo que más me mueve. Antes que solo encarnar a un personaje o explorar su micro historia en un macrosistema o un pequeño universo, lo que más llama mi atención es la posibilidad de explorar cómo funciona el conjunto de individuos y contextos.

 

D – ¿Qué disfrutas más: la tele, el cine o el teatro? ¿Por qué?

GB – El teatro, sin duda, pero el cine también queda cerca. La tele, por otro lado, me cuesta un poco más. Recién acabé un proyecto en televisión y probé mi suerte en alguna telenovela, pero no fue de mi agrado: entre que el ritmo de trabajo es pesado, la complejidad es poca y la superficialidad de los personajes y las personas abunda, no me sentí cómodo en el ambiente. El teatro, por otra parte, ¡uy!: creo que, de las tres, es donde mejor se sabe cuánto tiempo de ensayo, anticipación y trabajo hace falta. Es el único ambiente donde, al menos en mi experiencia, la ética de trabajo sí o sí se comparte. Si no ensayas la obra, no puedes montarla. No tienes de otra. Y algo así pasa en el cine también, porque es muy necesaria la anticipación y la preparación, pero a veces por los tiempos de producción o los costos, pues, hay quienes se saltan esa parte. Aun así, yo considero que en el ensayo, en la prueba y el error, está el verdadero conocimiento y es donde más ameno o más tranquilo me siento: por eso, si tuviera que elegir entre las opciones que me das, más allá de elegir con base en el lenguaje o el gremio o la industria o lo que sea, me gustaría estar en proyectos donde exista tiempo para ensayar.

D – Hablando específicamente de cine, quiero preguntarte: ¿qué representó para ti tener tu primer protagónico en pantalla grande en Háblame de ti, donde le diste voz a un personaje de la comunidad LGBT+? ¿Cuál fue el reto o qué representó para ti esta experiencia? 

GB – Diría que tuvo dos niveles distintos principales. El primero fue la praxis laboral, porque me tocó aprender a trabajar con un elenco completo con el cual participé en casi todos los llamados. Entendí, además, toda la profundidad que necesita un protagónico a lo largo del proyecto, en especial porque la constelación de personajes de esta película giraba en torno a la historia de Chava, mi personaje. No te miento: sentí el peso de que, escena con escena, yo tuviera que estar ahí, bien descansado, bien comido, alerta para reaccionar a cualquier aspecto técnico de mi actuación, pero también aprendiendo de los demás equipos, de su labor y manufactura para darle vida a esta historia. Ya en un nivel más emocional, creo que esta fue la primera vez que alguien confió en mí para representar a un personaje tan complejo: yo mismo me fui sorprendiendo cada vez más por toda la profundidad que le encontraba y por cada arista nueva que descubría de Chava. Me siento muy orgulloso del resultado, pero me siento aún más porque, antes de elegirme, alguien en alguna parte del país vio mi trabajo y dijo “quiero que este chico sea el protagonista de mi película”. Y no solo eso, sino que esta es una ópera prima y es superpersonal: me dieron este voto de confianza y yo siento puro agradecimiento porque es una historia potentísima, con la capacidad de tener repercusión social y que, además de ser una coming of age LGBT+, se distribuyó en 800 salas comerciales. Necesitamos darle visibilidad a historias así para tejer, valga la redundancia, un tejido social más empático, más íntegro, más incluyente y qué mejor que hacerlo con el cine. Ojalá cada persona en el público salga entendiendo más, salga con una capacidad renovada para ver nuevas maneras de vincularse no desde el prejuicio, sino desde el romance. Que entiendan que las diferencias y lo que nos divide está, en realidad, en nuestra cabeza.

 

D – Justo esos temas, con la presencia de Wendy Guevara en televisión abierta y series como La flor más bella, vemos que si hay espacio y posibilidades para deconstruir las narrativas más pop entre la audiencia mexicana. Tú como actor, ¿qué dirías que necesita la industria del entretenimiento para dar el salto a estas nuevas narrativas?

GB – No lo sé. Honestamente, si lo supiera ya lo estaría haciendo y no es el caso: apenas si puedo formar parte de algunos proyectos porque me invitan o porque puedo participar del casting. Esta es mi trinchera, pero creo que un buen comienzo para renovar nuestras historias estaría en expandir las políticas públicas en cultura, educación, en abrir espacios de diálogo, crear visibilidad, en fin. La presencia de Wendy Guevara creó un montón de diálogo sobre las personas de la comunidad LGBT+, pero no creó conciencia: los ejemplos de ignorancia, violencia e intolerancia se renuevan día con día. Ahí está, por ejemplo, lo que pasó en la Cineteca Nacional hace unas semanas.

D – Justo sobre ese tema, quisiera saber tu opinión sobre ese caso de discriminación hacia Laura…

GB – No tengo una opinión al respecto. O al menos no una en particular. Hay que denunciar los hechos discriminatorios de cualquier tipo en cualquier lugar y de cualquier forma que sea posible. Yo me enteré de la noticia al verla en X, pero pasé un momento muy desagradable cuando intenté buscar más detalles en la misma plataforma. Como los tuits, hilos y respuestas se viralizan sin ninguna moderación, entre más de doscientas o trescientas interacciones, solo encontré tres o cuatro comentarios apoyando a la víctima o aportando algo más que solo odio o justificaciones de lo que pasó. El resto, bueno… me dejó un pésimo sabor de boca. Hay visibilidad, hay participación, pero no hay una conciencia, no hay asesoramiento, no se evita la desinformación y no se desmantelan los estereotipos, por más que Wendy tenga una audiencia de millones o haya contenidos y denuncias virales en todas las redes. Por eso la pregunta o la principal preocupación debe ir más encaminada hacia tumbar las barreras sociales, los privilegios, los estigmas y prejuicios para abrir canales de diálogo, de tolerancia y entendimiento, de discusiones sobre cómo las diferencias construyen: no destruyen.

 

D – En estos años de carrera, ¿alguna vez experimentaste dudas o inseguridades tan grandes que sentiste ganas de dejarlo todo y, justo, dedicarte de lleno a la psicología?

GB – Sí y no: el arte es algo que quiero tener durante toda mi vida y es donde he encontrado un lugar sano y cómodo, sin juicios, para depositar mis emociones. Es un espacio que me permite trabajar y descubrir mis emociones, que me permite explorarlas hasta el fondo o volverlas cada vez más complejas y es algo que nunca voy a soltar. Aunque entiendo que las preguntas sobre el rumbo de nuestras vidas siempre estén ahí: cuando entras al mundo de la adultez te cuestionas, tanto por iniciativa propia como por presión social, cómo puedes vivir, cómo quieres vivir, de qué manera quieres lograrlo y qué es lo que puedes lograr o hacer para ello. En mi caso, nunca pensé en dejar de lado una carrera u otra: tal vez sí ponerle una pausa, puede ser, pero nunca me llegó el impulso o la necesidad de soltar todo.

D – En el mundo de la actuación, ¿qué mensaje o impacto te gustaría dejar?

GB – No tengo idea. No es algo que sepa cómo contestarte así, en corto, porque siento que uno no puede confiar en las respuestas inmediatas, obvias o tan directas. Nada es así: ni tan obvio, ni tan directo, ni tan fácil. Las cosas rara vez son superficiales cuando las analizamos por completo: por eso no sabría decirte un único mensaje ni un único impacto que quisiera tener.

 

D – ¿Qué te hace sentir más realizado como actor: el reconocimiento y los premios o la satisfacción personal de tu trabajo? 

GB – Ninguna de las dos: los premios son como estrellitas en la frente, la verdad. Mi trabajo en general no busca meterse con parámetros establecidos para definir qué tan “bueno” o “malo” es un personaje o una interpretación mía, pero también: los premios se dan con base en lo subjetivo. Los tenga o no, yo sé lo que quiero mejorar de mis papeles, lo que me gusta y no cambiaría de mis procesos, pero porque soy una persona dura conmigo mismo, soy centrado y busco ser objetivo. En esta entrevista, por ejemplo, sería muy fácil decirte que he mejorado mucho con el paso de los proyectos: que cada día soy un mejor actor, pero sería deshonesto. No me gusta esa mentalidad ni me refleja como persona o artista. Yo más bien busco las fallas de mi trabajo porque sé que no es perfecto.

D – Entre tus proyectos más recientes está Viaje todo robado: ¿cómo describirías la experiencia de participar en esta película?

GB – Si tuviera que nombrar una sola cosa, sería que aprendí a disfrutar los proyectos en su totalidad. Fue un rodaje muy bonito donde, en los últimos días de rodaje, atravesamos una enorme cantidad de dificultades para terminar por la pandemia, por conflictos de tiempo, por un montón de cosas e infortunios que se juntaron. Pese a eso, lo disfruté mucho, me relajé y me pareció superdivertida la oportunidad de hacer algo nuevo e intentar hacer comedia en la pantalla grande y, de paso, colaborar con Diego Graue. En este proyecto sentí la oportunidad de cambiar un poco el molde de la comedia mexicana más comercial, evitando el pastelazo y no emulando el sitcom gringo. Tratamos de hacer una película mucho menos pretenciosa, con una ligera veta de crítica sociopolítica que es visible y funciona gracias a un guion muy inteligente.

 

D – Al día de hoy, ¿qué cosas te hacen feliz y qué otras sientes como presiones en tu vida profesional?

GB – Si hay algo que me hace feliz, es la aceptación: sobre los escenarios, por ejemplo, es supersatisfactorio aceptar las circunstancias de cada uno, como sea que existan, y saber que puedo adaptarme a ellos. Saber que no importa demasiado si el entorno es poco ideal o un tanto hostil, porque yo igual voy a esforzarme para disfrutarlo. Un tipo de presión en el entorno que sí conozco y sé que es pesada es, de hecho, la más familiar: como cuando eres más chico y no te das cuenta de cuándo depositas tu autoestima en tus padres, en tus hermanos, en la opinión de tus amigos o en cualquier otra parte de tus entornos más cercanos. Hacer eso afecta tu seguridad de decisión y tu autoestima porque depende de terceras personas, pero cuando empiezas a verlo y a trabajar para cambiarlo, se diluye.

D – ¿Hay algo con lo que quisieras cerrar?

GB – Apenas estaré filmando un par de cositas: un corto y un largometraje y todavía está pendiente, y estoy expectante, por el estreno de una serie muy bonita que, justamente, habla de contracultura, homofobia, transfobia y la cultura gay en los años 80. Se llama Tengo que morir todas las noches y está dirigida por Ernesto Contreras y protagonizada por José Antonio Toledano.

 

D – Ahora sí, por último, casi olvido preguntarte: ¿cómo contribuir desde el arte y el entretenimiento a la lucha contra el odio y la discriminación?

GB – Primero, con visibilidad, pero también siendo muy críticos y cautelosos con lo que dice cada proyecto, con cuidar los mensajes si es que los hay. Hace falta ese extra de cuidado en lo que hacemos, aunque mucha gente tome esta actitud de “ya no aguantan nada: hoy en día ya quieren inclusión para todo” y, bueno, pues sí es cierto. Pero es porque el mundo es muy diverso y cada persona merece presencia, representación y respeto en cada proyecto. Ya después de darle visibilidad a todos los mundos que habitan cada historia, lo siguiente sería trabajar en cómo plasmar los discursos del proyecto para, por lo menos, ayudar a la población a entender y disminuir los discursos de odio frente a lo diferente.