LUIS ALBERTI
COMO ACTOR DE MI GENERACIÓN,LO QUE CONSIDERO MÁS IMPORTANTEES RETRATAR LA DESCOMPOSICIÓNY PONERLA SOBRE LA MESA.
Fotografía: iEve González | Styling: Ricci Fuentes | MUAH: Salvatore Oj
Entre producción y producción, Luis Alberti se posiciona como uno de los actores mexicanos más ocupados del momento. Platicamos con él para conocer los procesos que atraviesa para encarnar a sus personajes y conocer su opinión, desde dentro del monstruo del espectáculo, para saber en dónde nos encontramos en la producción audiovisual de nuestro país.
Luis Alberti- El ámbito en el que más me he desarrollado es el cine. Está creciendo y se están abriendo muchas posibilidades ahí, en lo audiovisual, la televisión, en todo lo que está sucediendo en plataformas y las redes sociales. La carrera del actor la he visto siempre como un espacio muy diverso, muy plural, donde se decide y se toma cualquier camino. Las cosas están cambiando en el sentido de las temáticas y los intereses, así como también pasa con las audiencias. Nosotros venimos de una tradición y una formación donde se nos dijo que el espectador es tonto, que es ignorante, que no sabe y le damos lo que pida, lo que le gusta, y esto sucedía tanto en el teatro como en la televisión. Esto a pesar de que a nosotros, en las aulas, nos dicen que hay que tener un compromiso social y que el espectador es muy inteligente, entonces hay algo de incongruencia en algún punto y las audiencias siempre terminan hechas menos o se le hace a un lado de cierta manera. Eso es lo más importante que, a mi punto de vista, se está transformando y está cambiando: tanto la idea que tienen las audiencias sobre sí mismas como los proyectos y quienes producimos y creamos y nos dedicamos desde este lado. Se está democratizando mucho más, por lo menos, el diálogo. A lo mejor no cambian los modelos de producción, a lo mejor no los presupuestos, pero el diálogo sí. Siento que nos corresponde a nosotros ser muy inteligentes y tener los ojos muy abiertos en este momento para hacernos responsables y tener la conciencia de que estamos formando parte de un proceso, de un tiempo de cambio que apenas empieza. Esto va a generar cosas que a mí me parece que son importantes y muy esperanzadoras y a lo mejor soy ingenuo, pero siento que hay una voluntad colectiva de salir adelante y de generar nuevos proyectos que sean más plurales. A mí no me gusta tanto usar la palabra “inclusivo” porque hay ciertas palabras que se usan en este momento y cumplen una labor del lenguaje y las estructuras, pero que no encuentro demasiado útiles. Yo pensaría más en la pluralidad, la horizontalidad y en la universalidad que es el ideal máximo en el terreno del arte. Para eso la hacemos y a eso es a lo que aspiramos, por lo que trabajamos y nos esforzamos.
Dixpa – Tu relación con el teatro, ¿Cómo la estás viviendo?
Luis Alberti- Mi relación con el teatro es…bueno, empecé estudiando teatro, como la mayoría de nosotros, y tuve mi grupo de teatro donde trabajé siete años en el desarrollo de herramientas, reflexionando al respecto de la ficción, la escena, la actoralidad, los procesos personales, la grupalidad, en fin. Veía la escena como un convivio para compartir entre congéneres y personas que vivimos una misma realidad a pie de cancha, porque así es como las personas de ese grupo pequeño nos planteamos el ejercicio de la actuación. O así nos lo queríamos plantear. Esa era la búsqueda que teníamos porque, por lo menos desde lo personal, no vengo de una élite, así que he pensado la actuación como una manera de poder comunicarme con mis iguales y esos siempre han sido, más o menos, los términos en los que pienso mi trabajo.
He visto muchos talentos
valiosos que se pierden
porque entraron en
procesos de violencias,
de abusos, de humillaciones,
de cuestionamientos que te
meten en terrenos que los
maestros no saben manejar—
– Yo vengo de un proceso educativo institucionalizado, de idolatría por las vacas sagradas, de una tradición con maestros intocables, con situaciones de terror que, de pronto, se daban en las escuelas. Cosas que pueden ser, tal vez, “justificables” en un sentido formativo, pero también fueron muy destructivas, muy nocivas y creo que eso se refleja en el teatro que tenemos. He visto, a lo largo de mi carrera, muchos talentos valiosos que se pierden porque entraron en procesos de violencias, de abusos, de humillaciones, de cuestionamientos hasta en la formación que te meten en terrenos que los maestros no saben manejar. Eso deviene en un teatro hecho por personas con heridas donde no deberían tenerlas. “Naturalmente” la opinión general rescata a quienes logran sobrevivir, a quienes tienen privilegios o poseen otras herramientas o una red que les permite salir adelante para crear o a aquellos que no tuvieron que atravesar tantas heridas para ganarse un lugar. Yo creo que esto está cambiando porque lo estamos mencionando ahora abiertamente y, lo que estoy diciendo yo, sé que todos mis compañeros y la banda que viene de nuestras generaciones entiende perfecto a qué me refiero.
Pienso que hay que decirlo desde un lugar crítico, decir “podríamos tener carreras más brillantes”, podríamos, también, como compañeros, ser más conscientes y más empáticos porque es innegable que hay una competencia que no es tan sana. Nos enseñan a clavarnos en esto de cómo se hace y cómo se supone que se produce el teatro, pero ahora sabemos que esas cosas se pueden cambiar y podemos trabajar juntos. En el medio del teatro no me he desarrollado mucho: yo he estado muy al margen por diferentes razones que son, sobre todo, profesionales. El teatro, casualmente, me llama cada cuatro años exactamente. Y cada cuatro años me llama a volver en un momento importante de mi carrera donde parece necesario regresar al origen, recuperar ciertos principios, valores, cierto sentido de por qué quiero y quise ser actor. Y reitero que, para mí, la actuación tiene que ver con una vía de comunicación con mi gente, con quienes viven la misma realidad que yo y es la gente que yo aspiro que vaya a las salas. Después voy al teatro y me doy cuenta que la gente en las salas no es necesariamente mi gente, sino que es gente de una élite, de cierto nicho. Y sí, también hay muchos jóvenes y esa se siente más como mi gente, ¿no? En general, hago teatro underground, teatro más outsider, más experimental. En el teatro institucional y en el de los grandes maestros, de las vacas sagradas, la verdad que no tengo cabida. Esas personas también tienen una cierta intuición y saben que no soy otro animal de su corral. Por suerte, han habido compañeros muy brillantes, muy apasionados, muy honestos en su labor que son quienes me invitan a compartir un momento y yo siempre lo hago con el corazón y desde un lugar de libertad, de expresión, de bajar la guardia un momento y disfrutar del fenómeno de la presencia del espectador para decir “esto somos y aquí vamos”. Mi gente busca rescatar esto porque el teatro es ese convivio y ese espacio que nos regalamos como sociedad para mirarnos en un espejo, para decirnos la verdad aunque sea por un momento y ya. Es ese ritual. Así es como yo entiendo la ritualidad del teatro y la mística que tiene. Y, del teatro institucional, lo que veo es que también se está desestructurando y está empezando a salir de ciertas cárceles intelectuales, ciertas cárceles… patriarcales, institucionales, de poder y la élite dentro de este medio se está rompiendo. Yo lo veo a la distancia y se están empezando a dar pasos en otra dirección porque empiezan a abordarse otras temáticas, empieza a ser mucho más plural… actúa más gente morena, por ejemplo, y empiezan a haber más mexicanos en el teatro porque también eso es inevitable. Finalmente, el teatro empieza a responder a su tiempo y este tiempo exige un lugar, una cierta dignidad o por lo menos una oportunidad que se refleja poco a poco, tanto en el teatro como en la pantalla, aunque no siempre ocurra de la mejor manera.
Dixpa- En nuestro país aumentan las discusiones sobre el racismo y aunque hay personas que dicen que no existe o no es para tanto, cuando volteamos a ver cuántas personas racializadas tienen acceso a ciertas oportunidades como trabajar en el teatro, actuar en series o situaciones del estilo, la realidad apoya estas discusiones…
Luis Alberti- Pero eso pasa en el teatro, en cualquier oficina, le sucede a las vendedoras de Jafra, a las meseras de un restaurante, ¡ocurre en todos los niveles! ¿Qué pasa? Esta gente que sostiene que no hay racismo en México es la gente de clase media, media-alta que viene de las familias de élite en nuestra sociedad o tiene alguna relación con la historia de México o la del lugar en donde viven. O sea, tú dirás que aquel abuelito lejano sólo fue alguien que tenía un rancho, ¡pero no! Era un hacendado, ¡un cacique! Las personas que vienen de esas familias y esas estructuras del México privilegiado no poseen nada más cualquier cosa, sino que son muy, muy privilegiadas. Abren la brecha entre los grupos. Quienes estamos más o menos en medio y también vivíamos la ceguera por venir de otra generación, como yo que crecí en el salinismo, sí te puedo decir que no crecimos como parte de una comunidad: soy citadino y acá hay niveles y formas distintas de privilegios que tenemos que mirar a consciencia, en su momento, para ser más responsables. No se trata de renunciar o renegar, se trata de sumar a una consciencia colectiva que transforme y vaya hacia un lugar más justo. Los que lo niegan lo hacen porque es más conveniente y porque así les enseñaron. No voy a decir nombres, porque hay gente que conozco y es así y no se trata de atacarlos o juzgarlos. Finalmente forman parte del caldo de cultivo que somos México. Esta idea del mestizaje como una falsedad o esta idea de que no existe el racismo o de que no existe el clasismo, en fin. No es lo mismo nacer en Coyoacán que en Tláhuac. Yo pienso que hablarlo es una batalla ganada. Es cuestión de tiempo y de que quienes estamos formando parte de este esfuerzo no quitemos el dedo del renglón, que tengamos paciencia para seguirlo haciendo. Es una batalla ganada porque somos más quienes tenemos algo que decir al respecto y también ¿para qué pedirle peras al olmo? Es una lucha que no le corresponde a esas personas que niegan un problema real. Nos corresponde a nosotros y hay que hacerlo.
Dixpa- He visto tu trabajo y, cuando te toca interpretar personajes, hay toda una diversidad de registros, pero tu interpretación de Palomino en Eisenstein en Guanajuato te llevó a vivir un personaje muy complejo. ¿Cómo fue esa experiencia?
Luis Alberti- Se llamaba Jorge Palomino Cañedo, sí. Era una historia interesante, que no es muy conocida, y sucede durante un pasaje de la vida de Eisenstein que sólo conoce, si acaso, la gente muy cinéfila o los cineastas muy clavados al respecto de este personaje casi no existe nada de información. Su casa era el edificio del PRI que está aquí, junto al comedor Lucerna, ¿lo ubicas? Jorge pertenecía a una familia muy importante en Jalisco y tal, era un genealogista, un intelectual muy importante y muy querido en la época, maestro de la universidad y, cuando pasó esto, lo de su relación con Eisenstein, desapareció. Cancelación absoluta a todo registro de su trabajo, de su familia. Todo se fue. Quedan pocas cosas, como una nota que le dejó a Sergei. Tuvo hasta una casa aquí en Ciudad de México, aunque tenía a su esposa e hijos en Guanajuato. Él venía todo el tiempo aquí a la ciudad y tenía esa casa muy cerca del hotel donde Sergei se quedaba. Yo me la pasé atando cabos, caminando por la zona que, además, es muy conocida porque la frecuentan muchas personas de la Comunidad LGBT+. Me decía a mí mismo “fíjate qué curioso. De donde estaba su casa caminaba dos cuadras hasta aquí y de aquí caminaba pa’ acá” Puedes hacer un mapa de su personalidad y qué era lo que él estaba viviendo, que es algo muy conocido. Era un drama entre el deber ser y tu naturaleza, tus impulsos, tus deseos enfrentados con la falta de libertad. Y él, al pertenecer a la élite, tenía acceso a espacios donde podía tener cierta libertad que Palomino ejercía. No dudo que haya sufrido abusos y ¡uf! Las cosas que habrá vivido ese güey. Ya después no puedes evitar compararlo con la época actual: también estamos hablando que se filmó hace ocho años y parecerá mentira, pero en ocho años las cosas han cambiado mucho. Hacer esa película hoy en 2022 o en 2013 ¡no es lo mismo! De ese momento para acá las cosas han cambiado mucho y creo que también como sociedad, como creadores, como pensadores, como cuestionadores y documentadores de lo que está sucediendo, tenemos que ser pacientes. Vivimos un tiempo tan vertiginoso, tan rápido, que las cosas cambian de formas brutales y tampoco podemos hacer que luego luego se asienten o logremos que todos los mensajes se entiendan a la primera. Estamos en un proceso donde la mejor palabra que se me ocurre para nombrarlo es: deconstrucción. Cuando empiezas a romper un montón de cosas también surgen espacios en común y creo que ahí es donde tenemos que ser muy pacientes y constantes para poder ver cambios en los próximos años. Volviendo a Jorge Palomino, yo lo ví como un closetero tal cual en ese entonces, pero luego te vas másal fondo y te das cuenta que es un modelo típico de hombre mexicano sumido en la negación. En ese tiempo, cuando estaba filmando la película, no sabía absolutamente nada de su familia salvo una foto que veía de él y su esposa. Yo decía “¿cómo habrá sido este güey con su esposa? ¿Cómo habrá estado su esposa con la situación?” No se preguntarían “¿en serio estará yendo y yendo a la ciudad por las clases que da en la universidad o será otra cosa? ¿Por qué no nos vamos a vivir todos ahí y tan tan?” Yo me ponía en el lugar de la esposa para preguntarme qué habría pensado o cómo era vivir eso o si la esposa lo sabía. Eso último, de hecho, pasa en la película porque la esposa le dice “sí: yo aquí me quedo con los niños, nada más no dejes que te vean”.
En ese tiempo, el hombre estaba atado a las convenciones sociales cuando cruzaba la puerta, pero en su vida a puerta cerrada podía hacer lo que quisiera siempre y cuando nadie se enterara. Se permitía sólo cierta convivencia entre estas realidades, pero eso dio lugar a hombres escindidos y creo que ahí es donde está lo más importante para mí de la película y el personaje: es un modelo muy típico de hombre mexicano, pero más que la simple nacionalidad es el hecho de que hablamos de hombres escindidos. Yo no me voy a meter en sus decisiones ni en el morbo de si tuvo una doble vida o conflictos profundos entre quién fue y quién debía ser, porque también, seguramente, a veces desearía ser padre o tener una familia, pero también seguía deseando esa otra vida que halló en Ciudad de México. Hoy podemos abordarlo desde la crítica al patriarcado, desde unas ganas por desarmar las estructuras tradicionales de familia, de cómo tener una preferencia diferente a la heterosexual sigue siendo nocivo o malo para ciertas personas, pero dentro de su contexto histórico eran cosas inaceptables. Iban contra una estructura social, política y cultural que no encajaban con el México de su tiempo. Yo pienso que, desde ahí, se fundaron un montón de formas de violencia que apenas estamos cuestionando para dejar la cloaca. Pienso que los hombres de nuestro tiempo que traen enseñanzas así, perpetradas desde aquel entonces, no tenemos que avergonzarnos de ello, sino tenemos que ser conscientes de que venimos de ahí para cambiar. Como dije: el punto es vivir un tiempo donde se desestructuren estas formas y se trate de caminar hacia una consciencia que, por lo menos, permita convivir sin violencia. Ahí es donde me parece muy interesante dialogar con mi tiempo a través de esa comparativa con el pasado, porque hay una nueva generación de chavos que entienden mucho mejor que yo estas ideas y pienso que les corresponde llevarlas a la pantalla. Mientras tanto yo seguiré desestructurando desde mi lugar. Ese diálogo entre generaciones es, a mi parecer, algo justo.
Dixpa- Tienes una política muy clara como persona, como actor y figura pública en redes sociales. ¿Cómo te decidiste por ese acercamiento?
Luis Alberti- Mira, la verdad procuro no hacer muchos aspavientos ni involucrarme mucho, aunque es inevitable opinar, decir o hacer. Lo que me inspira y me mueve es que haya más libertad y eso viene desde lo íntimo. He vivido muchas formas de discriminación, aunque lo que menos me hayan dicho se relacione con mi color de piel. Pero ¿sabes qué? A mí me hacen lo que el viento a Juárez porque yo me daba cuenta. Por ejemplo, hace años cuando estaba con mi grupo de teatro y acababa de salir de Casa del Teatro, estoy hablando entre 2007 y 2009 cuando yo empezaba mi carrera, repartía fotos en las castineras para comerciales y me aventé más de dos años haciendo hasta siete castings al día. Andaba en camión, en el metro, e imprimía mis fotos en el Centro. De todos los castings, no me quedé en uno solo. Ni uno.
No se trata de renunciar
o renegar, se trata de
sumar a una consciencia
colectiva que
transforme y quiera
caminar hacia un lugar
más justo—
Yo no pensaba como de “ah, ya, es porque no soy güero”, yo decía “¿por qué no quedé? ¿Seré tan tonto?” o “¿lo hago tan mal?” Y ya con el tiempo supe que no me quedé por mi cara, mi tipo, porque me consideraban feo o, en otras palabras, porque me veían prieto o con dientes no tan blancos. La discriminación racial y clasista en México tiene que ver con todas esas cosas y se debe ser consciente de todo eso para poder dimensionar la realidad que viven quienes en verdad son excluidos de la sociedad total y absolutamente: de la economía, de los derechos humanos, los servicios básicos, la alimentación, la educación, de cualquier dignidad como individuos, ciudadanos… en fin. No lo dimensionamos. Por eso empecé a estar un poco más activo en mis redes: es parte de un ejercicio de estar medianamente bien informado. Yo siempre voy a honrar mi labor como actor, como todo lo que soy y lo que me enseñaron en mi casa. Mi familia es de Tabasco y somos tabasqueños: meros chontales. Pienso ganarme cada peso y no quedar a deber uno solo: devengar mi sueldo y dejar el alma en la pantalla, dejar en el escenario algo que aporte tantito a la justicia, tantito a la libertad de las personas y a la felicidad de nuestra sociedad. Tengo la suerte de venir de una familia que es un clan, pero también es muy triste que alrededor no haya nada. De repente, en las familias estamos como de “esto es aquí y afuera chingan a su madre”. Eso nos rompe mucho como sociedad, pero deriva del clasismo y el racismo en el que se fundó nuestra idiosincrasia, la política, nuestra economía desde la Colonia. Eso es lo que tenemos que romper para rescatar el valor que tenemos como entes plurales. Además, México no es cualquier país y tenemos una diversidad inmensa. Por eso a mí me gusta más usar la palabra “pluralidad” que “inclusión.” Necesitamos que se abran las puertas y los lugares para todos ¡porque son de todos! Tampoco es que si le dan el trabajo a Juanito y no me lo dieron a mí agarraré algún rencor, porque más bien lo que falta es generar más trabajo para que todos tengamos uno. En la actuación, yo nunca sentí la discriminación tan amarrada y grotesca que hay en algunas televisoras. Yo no quería ser el tonto de la telenovela y, como no quería ese trabajo, nunca me expuse a ese trato.
Luis Alberti- Sí, sí fui a que me tomaran fotos y eso y claro que me dijeron “a ver, quítate la chamarra”, “ a ver, date la vuelta”, claro que me lo dijeron, pero no me espantaba porque yo sólo tenía en la cabeza el salir en la tele tantito para que mis papás sintieran que estaba haciendo algo. Hay veces donde hasta la familia se desespera por la falta de oportunidades que dan. Seguí así hasta que un día tuve un llamado para una serie en Canal 11, llamada Crónica de Castas. La cosa es que también yo ya estaba en otra producción donde hacía de mozo en una telenovela y cuando tocaban la puerta yo decía “señor, lo buscan”. Yo pensaba “estoy aquí, tan guapo, barriendo”, pero porque pensaba que barrer era actuar porque así me lo enseñaron. A mí no me importaba lo poquito que me pagaban o salía al aire, porque el pago me sostenía como a cualquiera y servía para que mis papás me vieran en la tele… Y también, como los papás de uno no son intelectuales ni cineastas y los amigos de los papás y las tías de uno, p’os, tampoco, entonces yo igual lo hacía. Así de ingenuo y naif era, pero me sirvió para aprender porque yo quería estar en un set, yo quería “hacer cine” y me puse a aprender cosas de la cámara, de la televisión y quería estar en el chisme: quería saber si tantas cosas que oía eran ciertas o no. Entonces, bueno, ya tenía el llamado en Crónica de Castas y me acuerdo que era en mayo y no imaginas cuánto luché para que me llamaran otra vez. Lo conseguí finalmente cuando hice una lectura dramatizada con David Hevia y así es como los actores nos ganamos las cosas: triangulando más, haciendo más, poniendo más, presentando más, logrando que te vean y la chingada, pero, sobre todo, llamando e insistiendo. Total, me llaman para contarme del personaje y me preguntan “¿tienes continuidad en algo más?” y yo dije “no”, aunque claro que estaba en la novela que te digo. “Es que queremos recortarte el pelo”, dicen, y les pregunté “¿qué tanto? No me quieras rapar” y sí, justo era lo que querían. Ya ahí dije que sí estaba en una novela, pero que no importaba mucho y les acepté un cambio leve. Tendría como un mes de no tener llamado para hacer de mozo y me hicieron algo que sirviera dar el gatazo en Crónicas cuando ¡zas! Me llaman al día siguiente de la novela. Pensé que igual si no me movía mucho no se vería el cambio, pero conforme se dieron cuenta todo se fue al diablo. Me regresaron a mi casa, obviamente, no sin antes pendejearme, ningunearme y decirme “por eso no contratamos a este tipo de personas”. Lo normal para equipos poco diversos. Cuando llegué a casa, mi mamá estaba muy espantada porque le conté todo de cómo la producción me “advirtió” diciendo “Luis, ¿si te das cuenta de que esto afectará tu carrera y así no vas a llegar a ningún lado?” Yo decidí darles por su lado porque sabía hacia dónde quería pisar. Buscarme esa otra oportunidad fue una decisión que tomé a consciencia. Sabía en dónde quería estar, qué tipo de proyectos quería y qué mensaje buscaba transmitir. Sí le dije a mi mamá “esto lo decidí porque esta otra película trata del barrio y sí, soy el maleante, pero la serie completa va de eso. ¿O tú crees que yo quiero estar barriendo en una telenovela?” y ella de inmediato dijo “Ah, no” y yo igual dije: “no, má’ y ya no me van a hacer barrer”. En Crónica de Castas pensé “voy a llegar a ser una estrella” y diría que sí sucedió porque mi personaje fue y es uno de los primeros por los que una parte del público me recuerda.
Naturalmente, era una serie que habla de la descomposición social que vivimos a nivel de cancha, pero es como yo digo: a mí lo que me corresponde y lo que considero más importante, como actor de mi generación, es retratar precisamente la descomposición y ponerla sobre la mesa. Yo quiero rescatar lo que somos y hemos sido siempre como individuos y como mexicanos, debajo de toda esa falsedad que se nos ha salido de las manos hasta pudrirse. Necesitamos mostrar la realidad bien claro para verla de cuerpo completo y analizarla, deconstruirla y dejarla atrás. Ese es, en mi opinión, el trabajo de un buen actor.