Las historias de amor casi siempre guardan la misma estructura y estrategia para anclarse y ser recordadas por sus audiencias: persona conoce a persona, los sentimientos o son recíprocos o nacen en algún momento, las experiencias se comparten, evolucionan y, dependiendo de quién firme la autoría, seguirán unidas por el poder de alguna fuerza, superior o humana, o separarán sus caminos más tarde que temprano o más temprano que tarde. Mi corazón es una blanda furia, escrita por José Emilio Hernández, dirigida por Laura Margarita, iluminada por Fernanda García y protagonizada por Héctor Sandoval, quizá sea una más de estas historias o quizá busque mostrarnos que la etiqueta del romance es, en realidad, la fantasía que nos contamos y construimos para darle sentido a algo que no lo tiene.
Desde el comienzo, la propuesta es directa: un personaje anónimo que construye su genealogía sobre el amor, la carnalidad y las distancias. Es un personaje a quien nunca conocemos demasiado, aunque se abra a fondo, que nos habla de su amorío con Adal Ramones, que sí, sí es ese a quien conocimos y vimos durante años en los segmentos nocturnos de Canal Cinco, pero que también se convierte en la equivalencia de un simple y mortal Juan Pérez: alguien o varios algunos con quien el protagonista cruzó caminos, pero que terminaron por convertirse en una misma amalgama de pasados, de desencantos y ciclos inconclusos. La añoranza de quienes fueron, de cómo se comparan con Adal Ramones y con el anhelo del amor romántico, se convierte, entonces, en el motor y principal disparador para la historia: es lo que nutre el monólogo televisivo donde Héctor Sandoval, cual Rey de la comedia, interactúa con su público, siempre atravesado por unos ánimos desquiciados que, lejos de limitar su rango actoral o estereotiparlo, potencian la inestabilidad del protagonista y lo vuelven, más bien, impredecible en el mejor sentido posible. Gracias a esto es que datos triviales sobre Adalberto Javier Ramones Ramírez, sobre un trabajo de mierda, un jefe deleznable convertido en amante, o que los cruces con una patrona clasista y déspota se transformen en material dramático y cómico tan potente, en lugar de ser repasos tediosos o que llenen la duración del monólogo con vacíos.
El mejor acompañante para este comportamiento errático es, por esto mismo, una de las mayores bondades que tiene la obra: su humor. Uno ácido, inapropiado en tanto escatológico y amoral, que agarra los oídos con la gracia única de los insultos y las groserías agrupadas no por convención, sino con el propósito de explotar y explorar sus posibilidades. Es un interés por la sonoridad, pero también es un encanto que no existiría sin el oído y la gracia de Héctor Sandoval, quien ejecuta al personaje con la extrañeza, la naturalidad y la disociación necesarias para que uno sienta empatía por él la mayor parte del tiempo, pero también para que exista un espacio inquietante, donde tampoco es extraño sentir rechazo o juicio hacia sus procesos mentales, sus obsesiones y su accionar.
Dicho todo esto, vale la pena señalar, sin espóileres de por medio, que el final quizá resulte la parte más conflictiva de la obra: sobre todo por vicios y tópicos que aparecen durante el cierre y llevan el desenlace hacia una tragedia que, probablemente, no resuene con todas las audiencias ni pueda decirse que es del todo merecida.
Aun así, con lo que esto pudiera llegar a restarle a lo que venía cocinándose hasta el momento, la visceralidad del guion, los aciertos en la iluminación y el trazo de la curva dramática, sumados a la potentísima representación de Héctor Sandoval, ponen muchísimo más sobre la mesa de lo que llega a resbalarse. Poniéndonos en un lugar donde no sabemos si el narrador y protagonista de esta historia dice o no la verdad, si en serio vivió o no un amor prohibido o una correspondencia que parece ser sólo unilateral, Mi corazón es una blanda furia acorta las distancias entre las relaciones parasociales, las obsesiones y los rompimientos genuinos para preguntarse: ¿cuánto daríamos por lo que se siente como amor verdadero?
En el Dixpámetro teatral, Mi corazón es una blanda furia se lleva los cinco puntos de Otro Rollo y una actuación especial de los Mercury y el buen Rudy en los tambores.